Construir una confianza inquebrantable junto con tu equipo
¿Era 1989? Un frío húmedo recorría el cono sur. No recuerdo si era a principios o a finales del invierno. No era ese frío que te cala hasta los huesos (y con 13 años, uno no tiene ni idea de lo que es eso), pero se sentía la humedad de la mañana, esa frescura que te helaba la cara. Ese mismo fin de semana, en mi país se decretaba el estado de sitio por los saqueos en supermercados, consecuencia de la hiperinflación de la época. Pero nosotros, un grupo de diez chicos de 13 años junto con nuestro dirigente, teníamos otra misión: íbamos de acampada a la Selva Marginal de Punta Lara, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.
Aquella mañana nos encontrábamos junto a la parroquia, revisando nuestras cantimploras y mochilas. Nada que ver con el equipamiento de hoy en día: las mochilas de entonces eran de lona pesada, ya nada impermeables desde el momento en que las sacabas de la tienda. Las llevábamos cargadas a tope, con una estructura metálica incómoda y correas de lona que te cortaban los hombros. Y aunque llevábamos lo justo y necesario, yo sentía que cargaba dos toneladas en la espalda, más el botiquín que me tocaba portar porque era el “enfermero” del grupo. Otros lo tenían peor: había que transportar bidones de agua porque en el lugar donde acamparíamos no había agua potable, y los recursos para purificarla eran muy escasos.
La noche anterior la pasé fatal, como siempre que se acercaba una aventura de este tipo. Me invadía una mezcla de nervios y emoción que no me dejaba dormir. Pero esa mañana, con el rocío en nuestras espaldas y la escarcha cubriendo el suelo, sabía, intuía, que lo lograríamos y que sería una experiencia inolvidable. Y así fue.
Pasaron mil cosas: anécdotas que recuerdo con una sonrisa y otras que se han perdido en el tiempo o que solo comprenderían otros campistas de toda la vida. La travesía, el acampada, el regreso triunfal… Pero siempre me quedo con el inicio, con ese momento en que todo dependía de nosotros, de nuestras ganas y de nuestra confianza. Esa mañana, a las 7:00 a.m., con las mochilas a cuestas y la mirada fija en nuestro objetivo, decidimos que daríamos todo de nosotros. Lo hicimos, y la recompensa fue inolvidable.
Hoy, casi 40 años después, estoy ansioso por un nuevo desafío. Y este recuerdo viene a mi mente con fuerza. Porque aquella acampada no solo fue una experiencia más, sino una lección. Fue entonces cuando entendí, aunque no lo supiera del todo, lo que significaba construir una confianza inquebrantable. Una confianza que me acompaña hoy, ahora, mientras me preparo para enfrentar lo que está por venir.
Con la actitud correcta, puedes forjar una confianza a prueba de todo (o casi todo), una que te empuje sin titubeos hacia tus metas
Cuando decimos, en nuestras charlas «Se trata de creer en ti y en lo que eres capaz de lograr«, estamos hablando de un proceso interno profundo. No es una frase motivacional vacía, sino una invitación a conectar con tus valores, tus habilidades y tus posibilidades, incluso en momentos de duda. Es reconocer tus fortalezas, aceptar tus limitaciones y comprometerte a seguir adelante, no solo por ti, sino por el impacto que puedes tener en un equipo o un proyecto común.
En el contexto de trabajar en equipo, aquí tienes tres tips que puedes poner en práctica desde hoy:
- Confía en tus aportaciones, pero sé receptivo. Reconocer lo que puedes aportar al equipo no significa imponer tus ideas, sino tener la seguridad de que tus contribuciones tienen valor. Al mismo tiempo, escucha a los demás, porque la suma de perspectivas fortalece el resultado final.
- Comunica desde la autenticidad. Hablar con claridad y sinceridad genera confianza entre los miembros del equipo. No temas expresar lo que necesitas o las dudas que tengas; las relaciones auténticas refuerzan el compromiso colectivo.
- Busca el éxito compartido, no individual. Creer en ti también incluye creer en tu capacidad de hacer crecer a otros. Apoya a tus compañeros, celebra sus logros y entiende que el verdadero éxito llega cuando todos avanzan juntos.
Ya tienes lo que necesitas; solo tienes que atreverte a usarlo
Piensa en todas esas veces que enfrentaste la adversidad y la superaste. Reflexionar sobre lo que ya has superado no es solo un acto de autoafirmación, sino también una herramienta para construir relaciones más fuertes y colaborar con más empatía y seguridad. Te estamos invitándo a mirar hacia atrás, a reconocer tu resiliencia y a recordarte que ya has atravesado momentos complicados antes. Es un ejercicio de perspectiva que te muestra que, aunque en su momento esas situaciones parecían insuperables, las enfrentaste y aprendiste de ellas. Más que un recordatorio, es un llamado a confiar en esa fortaleza que ya has demostrado tener.
Para trabajar en equipo, reflexionar sobre esto te puede llevar a aplicar los siguientes enfoques:
- Reconoce el valor de las experiencias pasadas. Las adversidades no solo te enseñaron a superar obstáculos, sino también a identificar tus límites y cómo manejarlos. Utiliza esas lecciones para entender y empatizar con los desafíos que enfrentan los demás miembros del equipo. Tu experiencia puede ser la guía que otro necesita.
- Haz visible tu resiliencia al equipo. Compartir tus aprendizajes y cómo enfrentaste la adversidad inspira a los demás. Sin caer en protagonismos, hablar de lo que has superado puede motivar a quienes están atravesando momentos difíciles y fortalecer la confianza en el grupo.
- Usa los desafíos como oportunidad para fortalecer vínculos. Cuando el equipo enfrente una dificultad, recuerda que los retos colectivos también pueden ser superados. Ayuda a cambiar la perspectiva: de «esto es un problema» a «esto es una oportunidad para aprender juntos». La unión en la adversidad refuerza la confianza y el compromiso entre los integrantes.
La confianza no se trata de ser el mejor, sino de ser la mejor versión de ti mismo
La verdadera fortaleza de un equipo no está en la perfección individual, sino en la suma de personas comprometidas con dar lo mejor de sí mismas. Estamos enfatizando que la seguridad personal no debe depender de compararte con otros, sino de un proceso de mejora constante basado en tu propio potencial. Es aceptar quién eres, comprometerte con tu crecimiento y enfocarte en lo que puedes aportar, no en lo que otros están haciendo. Este enfoque fomenta una confianza genuina, no competitiva, y favorece la colaboración.
Para trabajar en equipo, este concepto se traduce en las siguientes prácticas:
- Define tus fortalezas y compártelas. En lugar de competir, enfócate en cómo tus habilidades únicas pueden complementar las de los demás. Una buena dinámica de equipo no depende de que alguien «sea el mejor», sino de que cada uno aporte lo mejor de sí mismo.
- Acepta y respeta las diferencias. Reconocer que todos tienen un ritmo y una manera distinta de mejorar es clave para la convivencia. Ayuda a tus compañeros a desarrollar su mejor versión, y deja que ellos también te impulsen a ti. Este intercambio genera un ambiente de aprendizaje mutuo y confianza colectiva.
- Celebra los avances, no solo los resultados. ¿Lo repetimos? Celebra los avances, no solo los rsultados. Valorar el esfuerzo y el progreso, tanto el propio como el del equipo, fomenta una mentalidad de crecimiento. Esto refuerza la confianza, no solo en ti mismo, sino en el equipo como un todo.
Crecer cada día, individualmente y en equipo, construye una base sólida para enfrentar cualquier reto y alcanzar metas comunes
Es entender tus fortalezas y debilidades, y trabajar en ambas con determinación. Una actitud consciente y equilibrada hacia el autoconocimiento. Es aceptar que nadie es perfecto, pero todos tienen algo valioso que aportar. El enfoque no está en ocultar las debilidades ni en sobrevalorar las fortalezas, sino en comprometerse con un progreso constante que priorice el aprendizaje y la adaptación. Es un recordatorio de que el crecimiento supera a la perfección.
En el contexto de trabajar en equipo, este principio se traduce en las siguientes acciones:
- Realiza una autoevaluación honesta. Identifica claramente qué habilidades puedes ofrecer al equipo y cuáles necesitas mejorar. Esta claridad te ayudará a contribuir de manera más efectiva y a pedir apoyo cuando sea necesario, sin temor ni ego.
- Abraza la crítica constructiva como parte del crecimiento. Escuchar las observaciones de los demás no es una señal de debilidad, sino una herramienta para mejorar. Del mismo modo, ofrece feedback con empatía, ayudando a otros a reconocer sus puntos de mejora sin desmotivarlos.
- Establece metas de crecimiento compartidas. En lugar de obsesionarse con resultados inmediatos, el equipo puede trabajar hacia objetivos colectivos que permitan el desarrollo individual de sus integrantes. Así, cada progreso individual suma al éxito del grupo.
Recuerda, está bien tener dudas, está bien sentir miedo; lo importante es no dejar que esos miedos y dudas te controlen. Enfréntalos, afirma tu valor y demuestra de lo que eres capaz
Tener miedo no te hace débil; enfrentarlo es lo que te hace fuerte. Y en equipo, esa fuerza se multiplica. Cuando decimos «Está bien tener dudas, está bien sentir miedo», reconocemos que esas emociones son humanas y naturales. No son el problema; el problema es dejar que te paralicen. La clave está en aprender a usarlas como señales, como un llamado a prepararte mejor o a salir de tu zona de confort. Es un acto de valentía: no negar tus temores, sino enfrentarlos con determinación para seguir avanzando.
En el contexto de trabajar en equipo, esta idea se traduce en estas acciones:
- Crea un espacio seguro para expresar vulnerabilidades. Permitir que tú y tus compañeros puedan hablar abiertamente sobre sus dudas y temores genera confianza. Cuando el equipo sabe que puede apoyarse mutuamente, los miedos dejan de ser una barrera.
- Transforma el miedo en acción compartida. Si algo genera incertidumbre, afrontarlo como equipo lo hace más manejable. Dividan tareas, diseñen estrategias juntos y conviertan el reto en una oportunidad para fortalecer la conexión y la resolución colectiva.
- Celebra los intentos, no solo los logros. Nuevamente, cada paso hacia adelante, incluso si no es perfecto, es una prueba de que estás enfrentando tus miedos. Reconocer estos esfuerzos en ti y en los demás refuerza la confianza y motiva al equipo a seguir adelante.
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